Juan Villoro: “Las máquinas, pobrecitas ellas, aún no saben sufrir como nosotros”

La tecnología nos ha cambiado la vida en los últimos veinte años y alguien tenía que explicarlo desde el lado del humanismo. El escritor Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) acomete semejante desafío en su último ensayo, No soy un robot (Anagrama), del que habla con este diario en un hotel de Barcelona. “El trato entre padres e hijos se ha modificado –enumera–, lo mismo que nuestras transacciones bancarias, las relaciones con la política, la educación... Las costumbres de la especie han cambiado. Retrato la forma en que las nuevas tecnologías transforman nuestros comportamientos. Me encantaría leer un libro de un testigo que hubiera vivido en el siglo XV, cuando se popularizó el libro gracias a la imprenta. Hubiera sido fascinante: ver cómo afectó al trato con las universidades, las familias, la religión, el Estado... Quise hacer eso”.
Diderot, Rousseau, Sinclair Lewis, Philip Roth, Ray Bradbury, Philip K.Dick... son algunos de los autores citados en una obra que, en el fondo, explora qué significa ser humano, incluye retazos de autobiografía intelectual y entrevistas con personajes de lo más diverso, como la astronauta Cady Coleman, que le confiesa que solo sueña con volver al espacio y que le encantaría abandonar la Tierra para siempre, “lo que me decía con su marido y sus hijos de fondo, eso causaba un efecto curioso”.
El dato “El coeficiente intelectual humano va cuesta abajo”“James Flynn, fallecido en el 2020 –cuenta Villoro–, fue un experto en medir el desarrollo de la inteligencia humana y encontró datos reveladores. A lo largo del siglo XX, el coeficiente intelectual subió en 30 puntos, lo cual es muy notable si se considera que el CI de un genio roza los 140 puntos. La especie avanzó mucho, llegó a su cúspide en los años 70 del siglo pasado, se estancó hasta los años 90 y empezó a decrecer a razón de dos puntos por década. Es explicable porque hay facultades cognitivas que usamos cada vez menos. No nos orientamos en el espacio, sino que obedecemos al navegador. No memorizamos los números de teléfono porque están en la agenda electrónica. Tenemos prótesis digitales que hacen el trabajo por nosotros y esto aletarga ciertas facultades. Vivimos un entorno donde las máquinas se vuelven más inteligentes minuto a minuto, y nosotros cada vez más tontos. La competencia comienza a ser desigual”.
El autor se detiene en el llamado síndrome de Chaplin. “El gran actor no fue distinguido en un congreso de dobles suyos. Y, hoy, tenemos que demostrar constantemente que somos nosotros: debemos parecernos a la foto del DNI, en las redes nos definimos con un password o un avatar... Todo este tipo de identidades sustitutas de lo que verdaderamente somos es algo que ha traído cambios de personalidad a tal grado que muchas veces nos entendemos mejor por lo que hacemos en la pantalla que por lo que realmente actuamos como personas”.
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Numerosas obras de ciencia-ficción previeron mucho de lo que hoy sucede, “como el peligro de un sistema autoritario tecnológico de control, o que ya hay máquinas muy cerca de tener la condición de los replicantes de Philip K.Dick, es decir, pronto habrá algunas que no se han enterado de que son máquinas”.
“Una de las pocas cosas saludables de que exista alguien como Trump –afirma– es que ha transparentado usos y costumbres de la política, que estaban ahí, pero encubiertos. El hecho de que en su toma de posesión, en primera fila, estuvieran los grandes magnates y no su gabinete, desvela dónde está el verdadero poder en EE.UU.”.

Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Sundar Pichai y Elon Musk, en la toma de posesión de Trump, en enero pasado
Julia Demaree Nikhinson / Ap-LaPresse“No he pretendido –matiza– ser un Nostradamus llamando a la gente a vivir en el campo, romper con la electricidad y comer raíces, sino que muestro cómo la IA es una herramienta formidable, más ligada al mundo del libro de lo que se cree, pero que debe mantenerse como tal, un instrumento, no convertirse en un fin en sí misma. Podría servir, por ejemplo, para construir sociedades más democráticas y participativas, lejos del dominio de los partidos, pero para ello no debería estar en manos de tipos como Musk”.
Villoro estudia asimismo cómo “la lectura de ficción nos permite comprender mejor este mundo fragmentario y disperso, pues la literatura dota de sentido escenas sueltas, establece conexiones”.
¿Y llegará un día la IA a escribir buenas novelas? “No sería raro, pues ya publica artículos de opinión. De momento, el gran capital de nuestra especie es que somos capaces de transformar el dolor en palabras, si vivimos un trauma sentimos la necesidad de superarlo por escrito. Tenemos esta ventaja sobre las máquinas: pobrecitas ellas, no saben sufrir”.
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